Tú eres tú y yo soy yo
Se llevaban 9 meses con 10 días. La madre de las nenas lo aclaraba
con una sonrisa pícara y enseguida añadía: “son casi gemelas”, “por eso
son tan parecidas”. Mientras fueron pequeñas las vestía iguales. Solo sus
padres podían diferenciarlas. Aunque hubo ocasiones en que también se
confundieron. Mientras fueron creciendo notaron algunas pequeñas
diferencias: Otilia tenía los labios un poco más gruesos y el cabello
más rizado. Ana fue siempre más independiente, en la adolescencia
se cortaba el cabello más corto y hasta lo hacía ella misma. Se describía
como “franca, simpática y auténtica… aunque tomaba la vida más en serio
que su hermana mayor”. Quienes las conocieron mejor dicen que en realidad
era sarcástica y burlona y hacía bromas pesadas a costa de mofarse
de los demás. Tuvo varios novios con quienes se comprometía y con quienes
con la misma prontitud también rompía. Sus exprometidos quedaban con el
mal sabor de una relación que se había precipitado para comenzar y para
terminar. La consideraban prepotente y egoísta. Quedaban hartos de sus juegos
sicológicos (rompía citas importantes o no se presentaba, o si se
presentaba les hacía pasar vergüenzas con toda tranquilidad). Sus bromas eran
a costa de ellos pero jamás toleraba una respecto a ella. Una vez llegó
“vestida de ángel”, disfrazada como si fuera “Halloween” a una actividad de
reconocimientos en el trabajo de quien era su prometido en aquél momento.
Le molestaba que la compararan con su hermana. Se enfurecía si alguien
alguna vez la confundía. A pesar de que era algo tan frecuente, a lo que
debería estar acostumbrada. En la escuela, cuando eran niñas, les sucedió en
“demasiadas” ocasiones.
con una sonrisa pícara y enseguida añadía: “son casi gemelas”, “por eso
son tan parecidas”. Mientras fueron pequeñas las vestía iguales. Solo sus
padres podían diferenciarlas. Aunque hubo ocasiones en que también se
confundieron. Mientras fueron creciendo notaron algunas pequeñas
diferencias: Otilia tenía los labios un poco más gruesos y el cabello
más rizado. Ana fue siempre más independiente, en la adolescencia
se cortaba el cabello más corto y hasta lo hacía ella misma. Se describía
como “franca, simpática y auténtica… aunque tomaba la vida más en serio
que su hermana mayor”. Quienes las conocieron mejor dicen que en realidad
era sarcástica y burlona y hacía bromas pesadas a costa de mofarse
de los demás. Tuvo varios novios con quienes se comprometía y con quienes
con la misma prontitud también rompía. Sus exprometidos quedaban con el
mal sabor de una relación que se había precipitado para comenzar y para
terminar. La consideraban prepotente y egoísta. Quedaban hartos de sus juegos
sicológicos (rompía citas importantes o no se presentaba, o si se
presentaba les hacía pasar vergüenzas con toda tranquilidad). Sus bromas eran
a costa de ellos pero jamás toleraba una respecto a ella. Una vez llegó
“vestida de ángel”, disfrazada como si fuera “Halloween” a una actividad de
reconocimientos en el trabajo de quien era su prometido en aquél momento.
Le molestaba que la compararan con su hermana. Se enfurecía si alguien
alguna vez la confundía. A pesar de que era algo tan frecuente, a lo que
debería estar acostumbrada. En la escuela, cuando eran niñas, les sucedió en
“demasiadas” ocasiones.
En todo esto se detuvo Otilia a cavilar después de unos meses del extraño
deceso de sus padres. Ocurrió al finalizar un almuerzo familiar invitados por
Ana. Se acostaron a “echar una siestecita” de la que nunca despertaron. Un
médico vecino de Ana fue quien determinó que murieron de un paro cardíaco
masivo, tal vez el padre primero y al despertar la madre y verlo…
(determinó el médico, por la posición del cuerpo de ella)… sufrió otro.
Ambos estaban cerca de los 70 años. En la ciudad se comentó la peculiar
coincidencia. Ana, en la despedida de duelo, aludió al amor de sus padres,
personalizándolo como un sentimiento único, que salió con ellos hacia la
eternidad. Otilia no tenía consuelo. Resignada, dejó que su hermana menor
llevara acabo todos los preparativos para un funeral digno, solemne y religioso.
Se apoyó en su hermana, que estoica, le ofreció su fraternal apoyo. Ana nunca
se había casado, a pesar de sus atractivos y de sus muchos pretendientes.
Vivía sola, con dos perros. En su casa tenía una oficina donde atendía sus
clientes y llevaba a cabo sus labores de contable.
deceso de sus padres. Ocurrió al finalizar un almuerzo familiar invitados por
Ana. Se acostaron a “echar una siestecita” de la que nunca despertaron. Un
médico vecino de Ana fue quien determinó que murieron de un paro cardíaco
masivo, tal vez el padre primero y al despertar la madre y verlo…
(determinó el médico, por la posición del cuerpo de ella)… sufrió otro.
Ambos estaban cerca de los 70 años. En la ciudad se comentó la peculiar
coincidencia. Ana, en la despedida de duelo, aludió al amor de sus padres,
personalizándolo como un sentimiento único, que salió con ellos hacia la
eternidad. Otilia no tenía consuelo. Resignada, dejó que su hermana menor
llevara acabo todos los preparativos para un funeral digno, solemne y religioso.
Se apoyó en su hermana, que estoica, le ofreció su fraternal apoyo. Ana nunca
se había casado, a pesar de sus atractivos y de sus muchos pretendientes.
Vivía sola, con dos perros. En su casa tenía una oficina donde atendía sus
clientes y llevaba a cabo sus labores de contable.
Otilia tuvo un matrimonio corto. Tenía ocho años de casada y dos hijos
cuando su esposo murió en un accidente inexplicable. Ahora sus hijos
eran adultos independientes que la visitaban para su cumpleaños, en
Navidad y ocasiones especiales. Otilia también pasaba tiempo con ellos.
Nunca iba a casa de su hermana, quien en cambio, sí la visitaba. Llegaba
con maleta, sin avisar y siempre fue bien recibida. En su última visita se
quedó más tiempo de lo usual. Otilia la encontró más extraña que nunca.
Hablando sola. Relatando anécdotas que Otilia no recordaba. Así
cuando su esposo murió en un accidente inexplicable. Ahora sus hijos
eran adultos independientes que la visitaban para su cumpleaños, en
Navidad y ocasiones especiales. Otilia también pasaba tiempo con ellos.
Nunca iba a casa de su hermana, quien en cambio, sí la visitaba. Llegaba
con maleta, sin avisar y siempre fue bien recibida. En su última visita se
quedó más tiempo de lo usual. Otilia la encontró más extraña que nunca.
Hablando sola. Relatando anécdotas que Otilia no recordaba. Así
que le sugirió visitar un especialista en conducta humana, un siquiatra.
Ana asistió varias veces y llegaba satisfecha, feliz de sus “sesiones”, pero
continuaba muy rara. Las recetas que ordenaba el médico se acumulaban
en una esquina de la gaveta de la mesita de noche. Así que Otilia se decidió
y fue a la oficina del médico. No se sorprendió cuando la secretaria del siquiatra
la confundió con su hermana. Fue tan locuaz, era tan atenta… que le ofreció
una cita para dos horas más tarde “porque el médico la había estado llamando
sin conseguirla”… y “deseaba verla”. Otilia no supo en ese momento porqué
no la sacó del equívoco. Regresó a su casa y tomó la tarjeta del plan médico
de su hermana. Fue muy fácil. La guardaba en la misma gaveta de la
pequeña mesita de noche en su casa… “porque como ella apenas se
enfermaba”… “no tomaba ninguna clase de medicinas”…
Ana asistió varias veces y llegaba satisfecha, feliz de sus “sesiones”, pero
continuaba muy rara. Las recetas que ordenaba el médico se acumulaban
en una esquina de la gaveta de la mesita de noche. Así que Otilia se decidió
y fue a la oficina del médico. No se sorprendió cuando la secretaria del siquiatra
la confundió con su hermana. Fue tan locuaz, era tan atenta… que le ofreció
una cita para dos horas más tarde “porque el médico la había estado llamando
sin conseguirla”… y “deseaba verla”. Otilia no supo en ese momento porqué
no la sacó del equívoco. Regresó a su casa y tomó la tarjeta del plan médico
de su hermana. Fue muy fácil. La guardaba en la misma gaveta de la
pequeña mesita de noche en su casa… “porque como ella apenas se
enfermaba”… “no tomaba ninguna clase de medicinas”…
El siquiatra la abordó sin percatarse de la suplantación. Pero mientras
él hablaba persuasivamente Otilia cayó en cuenta de las cosas que siempre
presintió sobre Ana. Entonces se dio cuenta de la razón por la que no
había aclarado la confusión. Su intuición le había advertido. Fue un golpe
emocional fuerte. Aquél médico la confrontaba con acuerdos que había
llegado “con ella”. Como con "su compromiso” de internarse. Con varias
“confesiones”. Constando hechos que en alguna ocasión adjudicó a su
imaginación. Se controló y continuó en su papel, sustituyendo a la hermana
que había dejado de ir al médico hacía más de dos meses.
él hablaba persuasivamente Otilia cayó en cuenta de las cosas que siempre
presintió sobre Ana. Entonces se dio cuenta de la razón por la que no
había aclarado la confusión. Su intuición le había advertido. Fue un golpe
emocional fuerte. Aquél médico la confrontaba con acuerdos que había
llegado “con ella”. Como con "su compromiso” de internarse. Con varias
“confesiones”. Constando hechos que en alguna ocasión adjudicó a su
imaginación. Se controló y continuó en su papel, sustituyendo a la hermana
que había dejado de ir al médico hacía más de dos meses.
La muerte de su perro cuando era niña… el golpe grave que sufrió su
mejor amiga… el casual accidente de su esposo en el carro que Ana
había estado usando… la muerte de sus padres… Logró cumplir su
estelar papel en cada cita porque sabía que si no lo hacía, el dolor,
la impotencia y la angustia de tantas verdades sospechadas la
mejor amiga… el casual accidente de su esposo en el carro que Ana
había estado usando… la muerte de sus padres… Logró cumplir su
estelar papel en cada cita porque sabía que si no lo hacía, el dolor,
la impotencia y la angustia de tantas verdades sospechadas la
consumirían. No hubiese podido de otra forma. Fue difícil urdir un final justo.
Otilia iba tranquila. Sabía que los documentos estaban en regla. El camino
se le hizo muy corto y ya estaban entrando al lugar que Ana llamaba “casa
de locos”. La verdad es que el tranquilizante que le habían inyectado
hizo efecto por el tiempo necesario y eran cerca de las diez de la noche
cuando escuchó al chofer conversar por el intercomunicador del portón
principal con la persona encargada. Inmediatamente que
se le hizo muy corto y ya estaban entrando al lugar que Ana llamaba “casa
de locos”. La verdad es que el tranquilizante que le habían inyectado
hizo efecto por el tiempo necesario y eran cerca de las diez de la noche
cuando escuchó al chofer conversar por el intercomunicador del portón
principal con la persona encargada. Inmediatamente que
la voz preguntó, el chofer contestó con el número clave del caso
y miró hacia atrás buscando con la mirada la aprobación de Ana, quien
sonrió y asintió con la cabeza desde la derecha del asiento trasero.
Del portón principal al edificio del Sanatorio para Enfermos Mentales
Internos se tomarían unos cinco minutos. El edificio se divisaba
y miró hacia atrás buscando con la mirada la aprobación de Ana, quien
sonrió y asintió con la cabeza desde la derecha del asiento trasero.
Del portón principal al edificio del Sanatorio para Enfermos Mentales
Internos se tomarían unos cinco minutos. El edificio se divisaba
más lejos por la obscuridad nocturna. Mientras se acercaban, ambas
hermanas compartieron una mirada de complicidad. A Otilia le pareció notar
que la sonrisa de Ana se hizo más amplia. Lucía cómoda y confiada. Por fin
enjaularía su ansiedad y comenzaría una vida diferente. Se olvidaría de
Otilia y sus manejos, Otilia y sus manías persecutorias. El médico dijo
“esquizofrenia” y “paranoia”. “No responsable de sus actos”. “Nunca ha
sido responsable de ellos, jamás lo sería”. Las “rarezas” que sus
hermanas compartieron una mirada de complicidad. A Otilia le pareció notar
que la sonrisa de Ana se hizo más amplia. Lucía cómoda y confiada. Por fin
enjaularía su ansiedad y comenzaría una vida diferente. Se olvidaría de
Otilia y sus manejos, Otilia y sus manías persecutorias. El médico dijo
“esquizofrenia” y “paranoia”. “No responsable de sus actos”. “Nunca ha
sido responsable de ellos, jamás lo sería”. Las “rarezas” que sus
padres le achacaron y toleraron siempre, las que le obligaron a ella
a tolerar y que tuvo que aprender a disimular y la llevaron a alejarse de
la casa paterna y montar un escenario distinto donde destacarse y triunfar
tenían unos nombres que enclaustrarían su hermanita para siempre.
Cerró los ojos aliviada, repasando el día que terminaba con un final feliz.
a tolerar y que tuvo que aprender a disimular y la llevaron a alejarse de
la casa paterna y montar un escenario distinto donde destacarse y triunfar
tenían unos nombres que enclaustrarían su hermanita para siempre.
Cerró los ojos aliviada, repasando el día que terminaba con un final feliz.
Cuando el automóvil se detuvo se encendió una luz en el portal. Una
enfermera alta y fornida, vestida de blanco, bajó con pasos largos y rápidos.
Le seguían dos personas. Eran varones, más bajos y delgados que la
enfermera. Vestían de color azul y con agilidad se aparearon a la
enfermera. Otilia los vio cruzar frente al automóvil. Se acercaron por la
izquierda. Conversaron con el chofer, quien les entregó, de dos
enfermera alta y fornida, vestida de blanco, bajó con pasos largos y rápidos.
Le seguían dos personas. Eran varones, más bajos y delgados que la
enfermera. Vestían de color azul y con agilidad se aparearon a la
enfermera. Otilia los vio cruzar frente al automóvil. Se acercaron por la
izquierda. Conversaron con el chofer, quien les entregó, de dos
movimientos, primero un cartapacio abultado y luego un sobre fino
y alargado desde donde Otilia, detrás del chofer, lo había visto leer y
dictar un número escrito allí. Los depositó en un par de manos con su
mano derecha sin soltar el volante que sujetaba con la izquierda. Hizo
un tercer movimiento al entregar un bulto pequeño. El chofer
y alargado desde donde Otilia, detrás del chofer, lo había visto leer y
dictar un número escrito allí. Los depositó en un par de manos con su
mano derecha sin soltar el volante que sujetaba con la izquierda. Hizo
un tercer movimiento al entregar un bulto pequeño. El chofer
esperó mirando el movimiento que hacían entre ellos para pasarse
uno a otro y finalmente a otra los documentos, abrirlos y leerlos
alumbrándose con una linterna de mano. Colocaron el bulto en suelo.
Tal vez sintió un movimiento suave en el asiento trasero, pero no miró.
Ese movimiento también lo sintió Ana, que con los ojos cerrados
uno a otro y finalmente a otra los documentos, abrirlos y leerlos
alumbrándose con una linterna de mano. Colocaron el bulto en suelo.
Tal vez sintió un movimiento suave en el asiento trasero, pero no miró.
Ese movimiento también lo sintió Ana, que con los ojos cerrados
repasaba el día. Alguien se movió frente a ella rozando sus rodillas
en el estrecho margen entre su asiento y el espaldar del asiento del frente.
en el estrecho margen entre su asiento y el espaldar del asiento del frente.
Ana estaba agotada y seguía centrada en sus pensamientos cuando
un cuerpo se sentó apretujado a su derecha, le pasó la mano sobre sus
hombros y la empujó con suavidad hacia la izquierda, así que se dejó llevar.
Recordaba el día que Otilia se atrevió a sugerirle que visitara un médico, un
siquiatra para que “canalizara” sus sufrimientos. La verdad es que asistió seis
o siete veces y no le fue mal, aquel médico la entendía. No regresó porque era
intolerable que después de tanto examinarla con preguntas y más preguntas,
le sugirió un absurdo tratamiento. ¡Quería que tomara píldoras! ¡Que
se internara! (¡Sería en una casa de locos!). Ella había sido muy
sincera, había desahogado allí, con un extraño, asuntos íntimos
familiares y suyos y que nunca había dicho a nadie. Fue con él con
quien conversó sobre sus visiones y las voces que la orientaban.
¡Ella que creyó que él entendía que su cuerpo estaba limpio,
que no necesitaba de ninguna píldora, como Otilia! Él le explicó
cómo funcionaba el cerebro y fue quien por fin le dio
nombres para explicar algunas rarezas. Sabía explicar muy bien y
hablaba muy convincentemente. Si no hubiese sido por la insistencia
de que tomara píldoras aún lo estuviera viendo. O porque sugirió un cambio
en su modo de vida. Bueno, tal vez ahora que Otilia estaría
un cuerpo se sentó apretujado a su derecha, le pasó la mano sobre sus
hombros y la empujó con suavidad hacia la izquierda, así que se dejó llevar.
Recordaba el día que Otilia se atrevió a sugerirle que visitara un médico, un
siquiatra para que “canalizara” sus sufrimientos. La verdad es que asistió seis
o siete veces y no le fue mal, aquel médico la entendía. No regresó porque era
intolerable que después de tanto examinarla con preguntas y más preguntas,
le sugirió un absurdo tratamiento. ¡Quería que tomara píldoras! ¡Que
se internara! (¡Sería en una casa de locos!). Ella había sido muy
sincera, había desahogado allí, con un extraño, asuntos íntimos
familiares y suyos y que nunca había dicho a nadie. Fue con él con
quien conversó sobre sus visiones y las voces que la orientaban.
¡Ella que creyó que él entendía que su cuerpo estaba limpio,
que no necesitaba de ninguna píldora, como Otilia! Él le explicó
cómo funcionaba el cerebro y fue quien por fin le dio
nombres para explicar algunas rarezas. Sabía explicar muy bien y
hablaba muy convincentemente. Si no hubiese sido por la insistencia
de que tomara píldoras aún lo estuviera viendo. O porque sugirió un cambio
en su modo de vida. Bueno, tal vez ahora que Otilia estaría
fuera de su vida… a lo mejor un día lo iría a ver. Es bueno desahogarse.
Siempre salía de allí más liviana. Otilia… en ella y sus estupideces…
pensaba cuando sintió abrirse una puerta ¡a su izquierda!
Siempre salía de allí más liviana. Otilia… en ella y sus estupideces…
pensaba cuando sintió abrirse una puerta ¡a su izquierda!
Abrió los ojos y salió de su pequeño descanso de unos minutos para
verse sentada detrás del chofer… ¡quien permitía que aquellas personas la
halaran hacia ellos mientras la llamaban por su nombre! La pusieron de pie
mientras ella se resistía y trataba de explicar: soy Ana, no Otilia…
¿qué pasa aquí? ¡Lean los papeles! Les gritó desesperada retorciéndose
ante la mirada sorprendida del chofer y la serena de Otilia,quien hacía ligeros
movimientos afirmativos asintiendo con la cabeza. Cabeza que se parecía más
que nunca a ella. Era una de sus últimas rarezas, a Otilia le había dado la
manía de imitarla: peinado, ropa y apenas se maquillaba… ella que
desde los trece años nunca prescindió del maquillaje. Los extraños le
ganaron. Sintió un pequeño pinchazo y una calma total la invadió. La fueron
llevando con firmeza dándole apenas espacio para respirar y la cercaron
inmovilizándola. Repetían su nombre de una forma monótona, en un tono
de voz neutro: Ana… Ana... Ana… coopera… Ana…estarás bien… vamos…
Ana…Ana… tranquila… Ana… así está mejor… Anita.
verse sentada detrás del chofer… ¡quien permitía que aquellas personas la
halaran hacia ellos mientras la llamaban por su nombre! La pusieron de pie
mientras ella se resistía y trataba de explicar: soy Ana, no Otilia…
¿qué pasa aquí? ¡Lean los papeles! Les gritó desesperada retorciéndose
ante la mirada sorprendida del chofer y la serena de Otilia,quien hacía ligeros
movimientos afirmativos asintiendo con la cabeza. Cabeza que se parecía más
que nunca a ella. Era una de sus últimas rarezas, a Otilia le había dado la
manía de imitarla: peinado, ropa y apenas se maquillaba… ella que
desde los trece años nunca prescindió del maquillaje. Los extraños le
ganaron. Sintió un pequeño pinchazo y una calma total la invadió. La fueron
llevando con firmeza dándole apenas espacio para respirar y la cercaron
inmovilizándola. Repetían su nombre de una forma monótona, en un tono
de voz neutro: Ana… Ana... Ana… coopera… Ana…estarás bien… vamos…
Ana…Ana… tranquila… Ana… así está mejor… Anita.
Ana escuchó cuando el auto aceleró y una puerta enorme se cerró tras
ella… y otra… y otra.
ella… y otra… y otra.
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