miércoles, 11 de marzo de 2015

Cuento: Mi abuelo... el del imperativo categórico (publicado en la revista "Grito Cultural") por Inés Montalvo

Revisado enero 2022

Revisado febrero de 2020



“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona

de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como

 un medio”. Inmanuel Kant (1724-1804)














Mi abuelo… el del imperativo categórico

    Estuvimos mi mami, mi papá y yo viviendo con mis abuelos maternos hasta que

mi hermanita fue a  nacer. Aunque de “caber, cabíamos”, como decía mi abuela,

en aquella casita donde todos vivíamos (por mucho menos tiempo del que

 deberíamos haber vivido, como creía yo).

   Allí pernoctaban, oficialmente, diez personas. Mi abuela y mi abuelo en

un dormitorio, en el del lado mi bisabuela Adelaida, quien solía compartir

su habitación con una prima suya que la visitaba con frecuencia y en otros

 dos dormitorios que no tenían puerta se repartían los otros cuatro hijos de

 mis abuelos, mis dos tías y dos tíos. Eran  cuatro dormitorios que siempre

 olían a rosas. Mi bisabuela Adelaida planchaba en el dormitorio que estuviese

 “menos desordenado” cuando le tocaba planchar  (cosa que sucedía unas dos

 veces a la semana) y siempre añadía a la ropa un agua  de rosas que ella

 preparaba porque “con tanta juventud en la casa todo siempre

olía a …. (se detenía, me miraba y repetía “juventud” otra vez, aunque cuando

 creía que yo no la escuchaba decía "sexo loco, dormidos o despiertos”)".

 No recuerdo si estaba en tercer o cuarto grado, pero en la escuela sí que

estaba cuando nos tuvimos que ir. Supe que mi abuelo llegó temprano

de “la isla” (así decía cuando iba a pueblos lejanos del nuestro a

vender hortalizas y frutas que cosechaba). En su inesperado arribo se

topó con una situación delicada. Como mi abuela, a quien nunca había

 visto llorar lloraba, él estuvo molestándola para que le explicara

 detalles de lo ocurrido. La recuerdo triste y llorosa. Intentaba relatar el capítulo

 de la novela que le provocó tanta angustia, llanto, dolor y sufrimiento. Yo los

observé discutir. Mi abuelo la interrumpía y al final le alegaba que en las

porquerías  de la televisión donde había tanto sexo, él sabía que no había

sentimiento para andar llorando. Decía que había que educarse, leer y que

había visto suficiente televisión y sabía… que no ayudaba a aclarar los

 pensamientos, que era lo que todos necesitábamos. Ella entonces se ofendió

 y lloró más aún. No le habló al abuelo en toda la tarde ni en la noche porque

 ella no era ni bruta ni embustera. Los escuché porque yo recién llegaba

de la escuela. Había aprendido que cuando uno es el único niño viviendo

con viejos, hay que saber fingir que no se escucha lo que se oye y menos

 preguntar si no se quiere por respuesta un “entenderás cuando seas

 más grande”, o peor todavía, un regaño “por entrometido, no respetar y

 estar pendiente de lo que los adultos hablan”.

 Al otro día en la escuela hice mis averiguaciones sobre la palabra “sexo”…

y lo que descubrí me sorprendió un poco. No me sorprendió enterarme de la

relación entre algunos olores y la palabra… ni entre sonidos callados, como

 los suspiros de cuando lloras y no quieres que tus compañeros lo sepan y la

 palabra. Sí me chocó “cómo” era el sexo desde la explicación de mis panas:

 la diversidad de modos para conseguir cómo hacerlo: pagando,

convenciendo a una niña para practicar, teniendo una novia a quien le

mandabas un papelito preguntándole si te daba el sí … con quien luego tenías

 que compartir tus meriendas, tu dinero, tus asignaciones y hasta tus pensamientos

si ella era dominante.

   Los curas no pueden tener sexo y los que lo hacen, se van al infierno. Y que hasta

hay gente que lo hace con animales. Me confundió enterarme de que algo que trae

 tantas complicaciones… lo hiciera tanto tanta gente. Y el que pudiera ser percibido

 por mi bisabuela en el olor de los cuatro dormitorios de la casa de mis abuelos…

me dejó patidifuso. Por alguna razón, el dormitorio de mis padres, donde yo

también dormía, nunca se usaba para planchar. Seguramente era porque quedaba

 casi fuera de la casa. Era el quinto dormitorio. Mi abuelo lo había construido

cuando mis padres se casaron y estaba unido a la casa por un estrecho pasillito

al cruzar el pequeño comedor. Olía como el corral de las gallinas que

quedaba cerca, al perfume que mi mami usaba y los sábados, al cloro con el

que limpiaba el piso. Así que con mis padres, no había “sexo”… concluí.

Donde yo dormía no olía a rosas ni había sexo. Para tener hijos, había que

tener sexo. No quería parecer ignorante. No pude entender esa parte ni

tampoco pregunté. Deduje que mis amigos no podían saberlo todo.

 Después de la escuela mis padres me dieron una sorpresa. Nos cambiábamos

 de  casa. Recuerdo todo como un torbellino. La mudanza de casa, de barrio,

de pueblo, de escuela, de… todo. Fue al otro día, aquél otro día en el que mi

 abuelo llegó de  la isla, después de la mañana de mis indagaciones sobre

sexo. Y creo que mi bisabuela  Adelaida tuvo algo que ver. Me lo pintaron

 como una sorpresa… agradable. Pero a mí no me gustó el panorama. Nos

 fuimos. La abuela y la bisabuela lloraban  mucho, por la tristeza de que

 nos fuéramos, no por las novelas. Me acostumbré. Nació mi hermanita.

Mis abuelos y  mi bisabuela Adelaida vinieron a conocerla  desde el pueblo.

Mi abuelo miraba de una manera triste y extraña y noté que nunca

 coincidió con mi padre, quien apenas estaba en casa porque trabajaba

muchísimo. Conocieron a mi hermanita. Pero ella no los conoció a ellos.

Era muy chiquita. Los tíos nunca nos visitaron, no los conoció. Cuando la policía

 me hizo preguntas, después, mi hermana ya tenía cuatro años y yo trece. Nos

 volvimos a mudar. Pero entonces todo sucedió poco a poco. Regresamos a vivir

 cerca del abuelo, la abuela y la bisabuela. Mi padre se fue a  trabajar a otro país,

 después vendría por nosotros. Así mi hermana conoció a  los tíos y al resto de la

 familia. Aprendí mucho del abuelo. Él sí que leía mucho. Aún no le gustaba la

televisión.  A la bisabuela Adelaida siempre se le “escapaban”  palabras y frases

 frente a nosotros.  En una ocasión nos tuvo que explicar algunas cosas gracias

a las exigencias de la abuela, que le  decía: “ahora, por  estar hablando lo que no

debes, les explicas”, así fue que nos contó que nuestro  abuelo en uno de sus viajes

 a "la isla" había comprado un billete de lotería y  al “pegarse en el premio gordo”

 nos compró una casa. Ella decía que eso pasó el día que por primera vez una

novela hizo llorar a mi abuelita. Yo simulaba creerle, como siempre, sabiendo

 que más adelante tendría que enterarme de algo más. Ella hablaba mucho,

mi abuela trataba de callarla y después la disculpaba; “es que está mala de

 la mente”. Así, hablando más de la cuenta fue que me explicó que mi madre

sufrió mucho con mi padre.  Que él la quería, pero que también quería “tener”

 a las hermanas de ella, y que fue ella, la bisabuela Adelaida quien tuvo que poner

al tanto de todo a mi abuelo, porque mi abuela no se atrevía. Ambas, mi madre y

 mi abuela, al darse cuenta del acoso del que eran víctimas mis tías, callaron…

 hasta aquella tarde en que él llegó temprano y “olió” lo que sucedía. En realidad

 no lo olió, encontró a mi papá discutiendo con la abuela, mi mami y una de mis tías.

Trataba de convencerlas de que no había mala intención en él, que si entraba a

veces al cuarto de las tías era por razones que ellas estaban malinterpretando. El

dormitorio nuestro estaba lejos. No había equivocación posible. Aunque en ese

momento no sabía que el billete de lotería que había comprado saldría premiado,

 mi abuelo pidió prestado y gestionó con premura nuestra mudanza. Por eso es que

estoy convencido de que mi abuelo, además de bueno, es un hombre muy

 inteligente. Siempre me habla de Kant, un señor del quien él aprendió el

 “imperativo categórico”, su obligación de conciencia. Así me ha explicado

 lo que es la razón y lo que es la moral. Tengo muy presente el nivel de

 conciencia de mi abuelo porque  la bisabuela Adelaida en su locura,

me contó que mi abuelo, después que nació mi hermana, se dio cuenta

 que su hija vivía un infierno porque la “fiebre no está en

 la sábana”. Así que el abuelo invirtió las ganacias del billete premiado en

 comprar una mujer de las que venden amor. Ella conquistó a mi padre en San

Juan, donde él se quedaba por asuntos de trabajo… y así fue como mi padre

 (a quien conocí poco y recuerdo menos) emprendió un viaje del que nunca

 regresó. Poco tiempo después mi madre nos explicó que nuestro padre había

fallecido. Le he explicado a mi bisabuela Adelaida que mi abuelo no tuvo

nada que ver con la muerte de mi padre… pero ella insiste en que mucha

 gente sabe que eso se resolvió pagándole a la pervertida que vendía amor,

quien se encargó de que el depravado se tomara una cervecita sazonada

 con algo que lo dejó bien tieso cerca de un hotel… mientras ella se esfumaba.

Mi bisabuela sigue muy malita de la cabeza. Y no fue mi abuelo, quien

entiende y vive de acuerdo con Kant, el del imperativo categórico.