Revisado enero 2022
Cuento escrito por C. J. García (publicado en El Nuevo
Día 11 de julio de 1999)
“Una guagua llena de efímeros”
A Charo: mejórate pronto.
En esta bendita
isla del Caribe donde transcurren nuestras vidas, hasta los vocablos más
inocentes suelen acarrear algún matiz político. Coco, pava, machete; azul,
rojo, verde; en fin en algo tenemos que entretenernos.
Tanto es así
que ni el idioma se salva de las manifestaciones más insulsas de la
politiquería. Que si hay uno, que si son dos, que si cuál es el oficial, que si
somos bilingües… yeah, right!. (Pregúntenle a un amigo mío que anduvo meses
solicitando una secretaria que dominara el segundo idioma, hasta que empleó a
su propia esposa.)
De todos
modos, mientras sigamos debatiendo tales inutilidades de evidente corte
partidista, no nos percataremos de las terribles dolencias que sufre nuestro
vernáculo.
(¡Con lo
desagradable que resulta un vernáculo dolido!)
La cantaleta
más recurrente, el chivo más expiatiorio, es el de los resonados anglicismos:
el parkin, el biuty, la cliperadora, el mofle… En todos los países de habla
hispana existen y a nadie se le ha ocurre relacionarlos con la política. En
otras palabras, un español puede pedir auto stop para llegar pronto al water
sin ningún tipo de remordimiento lingüístico. De la misma manera, un panameño
puede chequearles los breques a su automóvil, y como si nada. Y hasta un cubano
guardar un pedacito de cake (pronunciado queique) en su Frigidaire, sin el
menor temor a una reprimenda por contrarrevolucionario.
Pero en esta politizada Perla del Caribe, los
anglicismos representan cierto tipo de progreso para algunos, el más pérfido
asimilismo para otros, y para la inmensa mayoría, un Frankly, I don’t give a
damn.
A mi juicio,
ésta es la actitud que más debe preocuparnos. Ese que se chave (por no dar su
sinónimo más castizo) tan típico del “modus hablandus’’ de gran parte de
nuestra población isleña.
Permítanme
algunos ejemplos. Cerca de Río Grande, existe un negocio que vende e instala
PISCINAS. Bueno, por lo menos, si usted viene desde Fajardo, porque si se
dirige hacia el este, entonces, le venden, erróneamente, PISINAS.
Usted
podría alegar que se trata de un pequeño error, puesto que uno de los rótulos
del local (dirección este-oeste) está bien escrito. A lo mejor, en vez de un
problema de indiferencia lingüística, el dueño no tiene los chavos para
reemplazar el letrero. No obstante, dado que el negocio de las piscinas se
caracteriza por su liquidez -perdonen el retruécano,- es claro que se trata de
un típico caso del aludido ¡que se chave!
Esto me
acuerda un episodio que viví (mas bien
sufrí) hace unos años en una clase español comercial. Estudiábamos las
distintas clases de nombres propios, comunes, concretos, abstractos… Luego de
un breve repaso, pasamos a discutir la diferencia entre el plural de los
sustantivos individuales y el singular de los colectivos.
De repente, una estudiante (Selenita, sin
duda) me reclamó: Profe, es que usted me confunde.Lleva toda la clase hablando
de los nombres y ahora me cambia pá los sustantivos…
Doce años de
educación elemental, intermedia y superior: una sola actitud: ¡que se chave!
El siguiente trío de joyas me lo relató la
Dra. Rosario Núñez de Ortega (nuestra querida Charo) la autora del utilísimo y
accesibilísimo Dígalo bien que nada le cuesta. (Por cierto, después de 30 años
de cátedra en el Recinto de Cayey de la UPR, ella podría publicar un libro de esta
clase de anécdotas, pero creo que no lo hace por misericordiosa).
Joya #1:
Mi mamá me dijo que me cuidara mucho el oprobio. Confiamos en que esta joven
haya sido lo suficientemente cauta con el susodicho. (Me pregunto si un oprobio
descuidado es peor que un vernáculo dolido. Claro que nunca lo podré confirmar,
pues como soy varón, ni siquiera sé si tengo uno.)
Joya #2: El
canal de Soez está en Panamá. Si el alumno se refería al Canal de Suez, se
equivocó por medio mundo. Pero si su referente era la televisión, su error no
trascendió los confines del Mar Caribe. (Todo el mundo sabe que los canales más
soeces se hallan en Puerto Rico). Por lo tanto, un doble ¡que se chave:
semántico y geográfico.
Joya #3: La
guagua estaba llena de efímeros. Quizás el caso más alarmante, por tratarse de
una estudiante de cuarto año de pedagogía. Es evidente que esta futura
educadora buscó la palabra en el diccionario y agarró lo primero que leyó.
EFÍMERO adj. Pasajero, de corta duración.
Y así sin
fijarse en la categoría gramatical, sin leer el resto de la definición, sin
preocuparse del disparatazo que escribía, esta casi maestra (que hoy debe estar
“educando” a nuestros niños) zumbó su contribución al que se chave más
pernicioso de todos: el que invade nuestros salones de clases.
Ahora bien,
¿de dónde viene esa actitud para con el idioma? Por qué compartimos esa dejadez,
ese desamor, ese maldito que se chave? Es como si no nos diéramos cuenta de las
cosas más básicas. Como si no quisiéramos admitir que articulamos nuestros
pensamientos, que nos comunicamos, que nos expresamos por medio del idioma.Como
si no nos percatásemos de los privilegios exclusivamente humanos que
representan los matices, los caprichos, el léxico de una lengua. Como si
olvidáramos que ella compone nuestros cantos, nuestros llantos, nuestros
exámenes de conciencia.
Me pregunto
por qué no podemos tratar nuestro idioma con el mismo cuidado, cariño y respeto
con que un músico trata su instrumento, un pintor sus pinceles, un programador
su computadora… Ellos necesitan de estos medios para expresarse, para comunicarse,
para crear espacios que los acerquen a su divinidad.
Claro es
que el idioma también nos proporciona expresión, comunicación y creación, solo
que de un modo más articulado, más consuetudinario, más familiar…
Me
encantaría pensar que algún día, el vernáculo no sufrirá más de nuestro
endémico que se chave. Podría ser el primer paso de un largo y complejo proceso
de sanación.
Desgraciadamente, mi esperanza es efímera y ya se encuentra en la
parada, tanteando el menudo de sus bolsillos.
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